La visita de los arrestados

En su convicción por la racionalidad y el determinado propósito de ser del universo, el gran Albert Einstein explicaba que todo ocurre por alguna razón específica ya que “Dios no juega a los dados con la creación” pero a nosotros, en nuestra limitada comprensión de la vida, se nos hace difícil entender el porqué de lo que sucede a nuestro alrededor. Si el recordado físico alemán hubiese pasado por la Escuela Militar de Aeronáutica en aquella fría tarde de domingo de 1973, se habría sentido plenamente satisfecho de encontrar una evidencia oportuna capaz justificar su postulado.
Esta historia narrada con cariño otoñal, quiere ser de algún modo, un reconocimiento a uno de nuestros principales proveedores de anécdotas desopilantes como siempre lo ha sido el Coronel Tabaré Bentrovatto.

Corriendo las nieblas del recuerdo lo volvemos a ver juvenil y delgado, hasta atlético nuestro buen amigo, quien desde muy temprano se destacó por la exagerada propensión a que le ocurrieran cosas insólitas, situaciones críticas, jocosas o disparatadas, que sólo a él podrían ocurrirle y que traen a la memoria las peripecias de Stan Laurel y Oliver Hardy.

Esta fue una de ellas, quizás la primera de una larga zaga que sólo se interrumpió cuando años más tarde, su segundo matrimonio lo llamó a responsabilidades y le otorgó la paz y la sensatez que hasta entonces había carecido.

Aquel domingo estábamos casi todos presos reunidos bajo el viejo timbó en una animada conversación, compartiendo la alegría de los que estaban arrestados simple y recibían a sus familiares, mientras el resto repetía chistes y bromas, o carabina M-2 a la espalda, soportaba resignadamente la monotonía de una guardia dominguera que hasta ese momento transcurría sin sobresaltos a órdenes del Cadete de segundo año Ricardo Isabelino Bremmer, un hombre de físico tan grande como su alma. Su evocación lleva a aquilatar que, en los treinta y pocos años que Dios nos permitió disfrutar de su compañía, Ricardo Isabelino condujo su existencia con los mismos principios básicos que Albert Einstein sugería: amor, verdad, belleza y bondad, derramando por el camino su bonhomía incomparable.

Paralelamente, el sol del mediodía entraba por el ventanal de en una casa de la avenida Italia e Irlanda a la hora del almuerzo, donde se desarrollaba un diálogo familiar cuyo texto e intenciones se reconstruyen libremente.

Con su corazón maternal perforado por el dolor de no ver a su hijo desde hacía más de 15 días, la mamá de Tabaré Bentrovatto buscó ganarle el costado a su marido don Dardo, a fin de convencerlo para que las llevara a ella, a su hija y a la novia del joven aspirante hasta la EMA, porque las tres lo extrañaban con locura. La respuesta de don Dardo, coronel de recia estirpe, fue tan tajante y dura como su carácter forjado en las postrimerías de la aviación heroica:
-Tu hijo está arrestado a rigor y no puede recibir visitas.

-Pero dale viejo, vamos un ratito nada más, le damos un beso y nos volvemos.
-Te dije que no, y por más que yo sea coronel no voy a infringir los reglamentos por ese mequetrefe; si comete faltas a la disciplina que cumpla con su castigo. Y dicho esto se fue a dormir la siesta acaso intuyendo algo.

Cuando a don Dardo el sueño lo venció fue el momento oportuno que las tres mujeres esperaban para salir sigilosamente de la casa sin hacer ruido y abordar el 7E1 rumbo a la EMA, anteponiendo el amor filial a las seguras consecuencias de la ira del veterano coronel cuando al despertar comprobara sus ausencias.

Una hora más tarde, en el tedio de la guardia dominguera, a Ricardo Isabelino le dieron ganas de comer un yoyó y tomar una Coca Cola. Caminó hacia afuera del recinto de guardia justo cuando acertaba a pasar por el lugar su compañero de tanda el Cadete Ángel Sarratea que en nada se parecía a Isabelino, más bien era exactamente lo opuesto: mandón, gritón, descortés y hasta fastidioso, lo que no le granjeaba la simpatía de nadie.

-Che Ángel, ¿no me tenés el puesto un rato así voy hasta el casino a comer algo rico?
A Ricardo era imposible decirle que no.
-Sí dale, pásame la pistolera, ¿hay alguna novedad?
-No nada, todo tranquilo, en un ratito vuelvo.

La novedad que ni Ricardo ni Ángel conocían era que, a esa hora, las tres mujeres ya habían entrado subrepticiamente a la EMA con la complicidad de alguno de los que están leyendo estas líneas que no las anotó en la relación de visitas, y se encontraban compartiendo amablemente la charla con Tabaré y los compañeros de tanda bajo la sombra del viejo timbó.

Los hechos previsibles se desencadenaron en un santiamén tan pronto como don Dardo se levantó de la siesta y pudo comprobar sus peores sospechas, ninguna de las tres mujeres estaba en casa. La furia italiana le nubló la vista y salió disparado hacia su Chevrolet Corvair de motor trasero de seis cilindros que corría como endemoniado, y se encaminó a toda velocidad hacia donde sabía que encontraría a su mujer, su hija y su proyecto de nuera.

El polvo de la ruta 101 vieja entraba por la ventanilla para mezclarse con sus gestos destemplados y sus maldiciones. Dio la última curva antes de la Escuela acelerador a fondo dejando tras de sí una columna de polvo amarillo que ascendía tres metros sobre la carretera.

En una iracunda frenada arrastró las cubiertas contra el suelo cuando el número de guardia de la puerta salió a reconocerlo.
-¡El señor coronel mi cabo!-, anunció el cadete de la tronera en voz alta haciendo señas de que abrieran los portones.
Los números en descanso apenas tuvieron tiempo para pararse y saludar el paso desbocado del rugiente Corvair que se detuvo debajo del cartel que dice “La Aviación vanguardia de la Patria”. Allí don Dardo se bajó hecho una
furia.
-¡Ateeeeenshiooon!-, gritó Ángel Sarratea quien recibió como única respuesta:
-Venga a verme.

La áspera y enérgica reprimenda que recibió Sarratea fue tan grande como su asombro ya que ignoraba por completo lo que sucedía debajo del viejo timbó, y que don Dardo conocía perfectamente. Las consecuencias punitivas fueron catastróficas y abarcaron especialmente a Sarratea, pero también llegaron en forma de cascada hasta los números de guardia y al mismísimo Tabaré Bentrovatto, que continuó su reclusión por 28 días como prevé la orden 113.

Al rememorar estos hechos los amables lectores aún hoy estarán seguramente exteriorizando su beneplácito como en aquella lejana tarde del año 1973, festejando los cinco días de arresto a rigor con que penaron a Ángel Sarratea, mientras desde lejos Ricardo Isabelino perplejo ante lo que veía, dejaba escapar una tímida sonrisa.

Si cuento con la autorización del protagonista esta zaga continuará.
Daniel Puyol – 2021

Edgardo Raúl Menéndez

1 Comentario

  • Gustavo Noble
    Al corriente 20/05/2021 15:05 1Likes

    Desde que fui aceptado como civil para participar en este , para mi, interesantísimo blog, las anécdotas que desgrana el Sr. Daniel Puyol, me atrapan y me cautivan, mostrándome como una película las historias que rescata.
    En cierta oportunidad, relato cierta vicisitud que un integrante de la fuerza, muy buen imitador de los relatores de futbol, estando de guardia, hizo mencionando a Mario Soryes, exjugador de Peñarol.
    Soy vecino de Mario y le alcance una fotocopia del relato del Sr. Puyol. Guarda el mismo con gran emoción.
    Mis felicitaciones y admiración al mismo como gran narrador. Extensivo a todos los responsables de estas noticias que nos llegan periódicamente.

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