El día que el Aeródromo “La Calera” quedó sin cono de viento

Todo comenzó con una solicitud por parte de B.A.I a B.A.II de apoyo para sus maniobras. Se pretendía realizar simulacros de evacuación rápida de aeronaves, así como defensa de instalaciones ante ataques aéreos. 

Con ese fin los grupos de Aviación Nº 4 y 6 habían sido desplegados al Aeropuerto de Melo, mientras el Nº 5 y 3 al Aeródromo “La Calera”. 

Por su parte, B.A.II designa para cumplir las misiones de ataque al Grupo 2. 

Recibida la orden, los cazadores comienzan a planificar para dar cumplimiento a la misma; estableciéndose que se efectuaría un ataque diurno al Aeropuerto de Melo y dos a La Calera con una sección de A-37B cada uno. 

Aprovechando el entrenamiento alcanzado en tiro nocturno, se prevé también, utilizar esta modalidad para realizar uno de los ataques a “La Calera”; además, serviría para mostrar esta capacidad, desconocida por muchos, a la vez que permitiría lograr mayor sorpresa, ya que nadie esperaría ser atacado durante la noche.


Para cumplir las funciones de C.A.A. (Controlador Aéreo Avanzado) son designados tres SS.OO. los cuales serían apoyados por seis integrantes del G.R.I. (Grupo de Respuesta Inmediata)(Personal Subalterno). 

Comienzan rápidamente los preparativos, las tripulaciones designadas trazan sus navegaciones, mientras los C.A.A., inexperientes en operaciones de esta naturaleza, planifican y recaban información para cumplir su cometido. 

El primer problema surge al tratarse el tema de las comunicaciones, ya que no había VHF portátil; con la premura del caso se consigue prestado uno de uso civil, pero sin fuente de autoalimentación, por lo que debe adaptarse a ese fin una batería de T-33 

Los manuales que hablan sobre el trabajo del C.A.A. indican, que para realizar ataques nocturnos a blancos fijos, se deben efectuar marcaciones en el terreno, de forma que las tripulaciones en vuelo, tengan una referencia para ubicar el objetivo asignado. 

Ante esta necesidad, se procedió a recolectar latas de pintura vacías, para que, rellenas de aserrín, aceite quemado y querosina, sirviesen como balizas. 

Además, para evitar perder la sorpresa, si se deslizaba alguna información, solamente las personas involucradas en la misión tenían acceso a los preparativos, dándose la orden de guardar el secreto frente al resto de la Brigada, comunicándose únicamente que el “Guerrero” y el Personal se preparaba para concurrir a “La Carolina” de maniobras. 

Finalmente, en la tarde del jueves 19 de noviembre de 1982 quedó todo pronto. 

El viernes por la mañana todo era excitación; solo faltaba la “orden de largada”. A las 0830 horas tocó “alerta”; la primera misión prevista era un ataque a Melo con una sección de A.37. Y de acuerdo a la Orden de Alerta el G.R.I. se desplegó en la planchada para cubrir los aviones y tripulaciones hasta su partida. 

Una vez decolados los mismos y de acuerdo a lo planeado, el camión recogió a los C.A.A., G.R.I. y salió de la Unidad, comunicando en la Guardia que su destino era La Carolina, mientras ponía proa a La Calera. 

De acuerdo a los previsto, al pasar por San Ramón, se hizo alto en casa de un SS.OO. con el fin de dejar en la heladera la carne que se llevaba, de manera que, una vez finalizado el ataque, al regreso, se levantase para hacer un alto más adelante y comer. 

Pero con gran desazón, la carne no había sido cargada; que fulano, que mengano, que sutano, “pero, la carne no aparece!!!”, . . . no había que comer. 

Se continuó camino, los kilómetros fueron pasando y la hora también, y a las 15.00 horas se llegó a Pueblo Ortiz, el cual sería utilizado como: Centro de Comunicaciones tierra-tierra, pues era el lugar más cercano para llamar por teléfono a Durazno. 

Un nuevo error se cometió esta vez, de apreciación. El arribo a Ortiz coincidió con el de la primera misión de A-37 que atacó La Calera, desde la posición de los C.A.A.  se veía que las aeronaves picaban sobre su objetivo detrás de un cerro relativamente cerca, lo que llevó a decidir que se eligiese algún sitio próximo para acampar, determinándose que el lugar propicio era una estancia en las afueras del pueblo, la cual tenía en el fondo, un monte de eucaliptus que podría camuflar al “Guerrero” y el campamento. 

El dueño de casa no tuvo inconvenientes en brindar su hospitalidad luego de explicársele las intenciones; autorizando el uso sin restricciones de su terreno para los fines solicitados, siendo además, este gentil hombre quién, pago mediante, carneó un capón para suplir la comida olvidada en Durazno. 

Considerando la “proximidad” del Aeródromo, se dan órdenes para preparar el almuerzo para una hora más tarde, ya con el campamento y la comida encaminados, se decide realizar un reconocimiento de la zona para ubicar un buen lugar desde donde dirigir el ataque nocturno, así como para elegir los objetivos del mismo. 

Usando como referencia el cerro detrás del cual se había visto picaban los aviones atacantes, se inicia la caminata a campo traviesa y al aproximarse al mismo, se toman precauciones para no ser detectados por las fuerzas enemigas. Más, al llegar a la cima, gran sorpresa!!!, . . .detrás del mismo solo había un nuevo cerro. 

Otra vez a caminar, nuevamente tomando precauciones, y al arribo nada de lo que se esperaba ver. No había pistas, ni instalaciones, ni aviones. Gran desazón. Pero, fijando los binoculares en algo que brillaba a los lejos, se pudo levantar el ánimo, porque era el “ñato” de combustible del Grupo 5, el cual en aquella época estaba pintado de naranja. 

Con esta nueva referencia se reinició la marcha. El decolaje de un C-47 confirmó la ubicación. Al fin el objetivo!!! 

Sigilosamente, se continuó avanzando hasta llegar a unas viviendas, aparentemente sin moradores, las cuales se encontraban a unos trescientos metros de la entrada al Aeródromo, justo frente al campamento del Grupo 3, donde se encontraban estacionados los C-212 y al fondo contra el Río, el campamento del Grupo 5 y ya, bien visible el salvador “ñato”. 

Junto al camino que pasa frente al Aeródromo fueron vistos, una señora. Quién, junto a su hijo trabajaba una quinta. Al abordarlos, presentándose como Oficiales de la EMA para evitar ser descubierta la real identidad, se comenzó a recabar información. 

Esta buena señora, que resultó ser familiar de un soldado del eventual oponente, fue quién brindó la mejor información. Por ella se supo que no se efectuaban patrullas, ni caminatas nocturnas fuera del perímetro, y que normalmente se realizaban vuelos nocturnos como máximo hasta las 24.00 horas. Luego de lo cual, solo se escuchaban los ruidos normales de un campamento. 

Efectuado el reconocimiento, y eligiéndose las viviendas antes mencionadas como lugar desde el cual dirigir el ataque, así como el camino que desemboca directamente en la entrada de  La Calera para ubicar las balizas, se emprendió el regreso. 

Una vez en el campamento y mientras se almorzaba, se midió la distancia entre este y el objetivo. Cuatro kilómetros y medio en línea recta. Pero, ante la hora y el cansancio por la caminata, se prefirió mantener la posición y no acercarse más. Además, en caso de ser descubiertos durante el ataque, la marcha a campo traviesa despistaría a los perseguidores. Fue en ese momento que se resolvió dejar alguna “seña” de la participación terrestre. Las mentes trabajaron al unísono, y al recordar el reciente reconocimiento se acordó que lo mejor sería robar el cono de viento. Sería lo primero que notarían. Pero, eso solo no bastaba. Había que señalar quienes lo hicieron, de manera que usando la tapa de un cajón y un marcador, se pintó un cartel para dejar colgado en lugar del cono. Este decía: “EL PILOTO de CAZA LO HACE MEJOR” – 20 de noviembre de 1982. 

A las 19.00 horas se fue caminando hasta Ortiz desde donde se entró en enlace vía telefónica con el grupo. La Operación continuaba en marcha; los aviones navegarían en altura hasta Casupá, donde realizarían espera hasta establecer contacto; luego de lo cual, navegarían bajo hasta el objetivo. La hora de contacto fue fijada para las 00.30 horas. 

A las 21.00 horas se inició la marcha de los C.A.A. y el G.R.I hasta el objetivo. En el campamento, solo quedaría el chofer – cocinero, con órdenes de que si a  las 06.00 horas no tenía novedades del “Comando” debía levantar todo y regresar a Durazno. 

Debido al peso de la batería de T-33 y la incomodidad para ser transportada por un solo hombre, se confeccionó con ramas una camilla, de forma de ser transportada entre dos. 

Para evitar trepar los cerros, se resolvió caminar rodeándolos, aunque esto implicaba más distancia a recorrer. La caminata, la mayoría de la cual se realizó sobre terreno arado, se hacía dificultosa; constantemente se debían cambiar de manos los bultos, los cuales consistían en la camilla, el equipo de VHF, una bolsa de arpillera con treinta latas de pintura vacías, otra con aserrín, un bidón con querosina y otro con veinte litros de aceite quemado, más el armamento individual. 

Tropezón tras tropezón se continuó avanzando. Aproximadamente a unos dos kilómetros del enemigo se prohibió hablar y fumar; se marchaba en dos columnas, yendo al frente los C.A.A. pues eran quienes conocían el terreno. 

Al ocultarse la luna, la oscuridad fue total. Más, el Grupo haciendo vuelo nocturno indicaba el rumbo, aunque en más de una oportunidad las luces de aterrizaje causaban sobresaltos al iluminar a los caminantes, quienes hacían cuerpo a tierra ante el temor de ser descubiertos. 

La orden de silencio se cumplía a pie-juntillas, cuando de improviso quién marchaba al frente, pasó como catapultado hacia atrás al costado de sus compañeros, yendo a caer a unos tres metros. El nerviosismo acumulado durante tanto tiempo afloró en todos en forma de ruidosas carcajadas que tapaban las maldiciones del infortunado, quién no había visto en la oscuridad un alambrado que les cortaba el paso y que al chocarlo, lo había despedido violentamente. 

Repuestos de la algarabía, se reinició la marcha. Un nuevo alambrado fue descubierto a tiempo, aunque en esta oportunidad dos G.R.I. se encargaron de pisarlo y mantenerlo bajo para permitir el paso del resto. Pero, cuando el último pasaba el alambrado, fue soltado  dejándolo colgado del mismo con los pies hacia arriba. Nuevamente, afloraron las carcajadas, aunque esta vez demoraron más en ser calmadas. 

A medio kilómetro de las viviendas elegidas en el reconocimiento, se formaron tres grupos con un C.A.A. a cargo de cada uno. El primero, se dirigió hacia el camino vecinal para preparar las balizas, llevando consigo un walkie-talkie para mantener enlace. El segundo y el tercero continuaron hacia sus destinos. Uno debía hacerse cargo del control de ataque y el otro de la seguridad de la zona. 

A las 00.00 hs. todo estaba pronto. Solo faltaba la llegada de los aviones. El campamento enemigo estaba totalmente en calma; el vuelo nocturno había culminado y la sorpresa sería total. 

Los minutos pasaban y la impaciencia aumentaba. Las dudas también. Cuando ya se pensaba que el VHF no funcionaba, a las 00.30 horas como estaba previsto se escuchó la llamada de “Alfa, quién devolvió la paz. Y los aviones ahora estimaban el arribo sobre el objetivo a las 00.40 horas. 

A las 00.35 horas todas las balizas estaban encendidas en el centro del camino, formando una flecha hacia la entrada del Aeródromo a escasos doscientos metros de la misma, de manera que el grupo encargado de esa tarea se replegó hacia las viviendas para efectuar desde allí “La Operación Cono”. 

Al no poder distinguir los aviones la marcación de balizas, las cuales quedaban debido al rumbo de aproximación ocultas detrás de un monte (error de planificación), fueron dirigidos por el C.A.A. desde tierra, haciéndoles encender las luces de taxi para verificar si su posición y rumbo eran correctos. Por suerte, eso resultó afirmativo.

Mientras tanto, los designados comienzan a rampar hacia su objetivo, de forma de aprovechar el ataque de los aviones para cumplir su misión. 

A la orden del C.A.A. fueron lanzadas las primeras cuatro bengalas por “Alfa uno”. La noche se transformó en día. La sorpresa fue total. Cuando comienzan a sonar las sirenas de alarma, los aviones ya están realizando sus ataques y las bengalas cayendo lentamente, muestran con claridad el campamento. Se sienten los gritos dando órdenes y desde la posición del grupo 5 se elevan bengalas verdes simulando la reacción del atacado. 

En grupos de cuatro son lanzadas las dieciséis bengalas, siendo constantes los ataques de los aviones que tienen bien definidos sus blancos. Cuando se están extinguiendo las últimas bengalas, los aviones finalizan el ataque y ponen rumbo a Durazno. “buen trabajo y buena suerte” es la última comunicación. 

Mientras se va desmontando el equipo de comunicaciones “La Operación Cono” se lleva a cabo. 

Una vez reunidos todos y ya con el trofeo, se comprueba que el enemigo a concluido la alerta. El silencio reina nuevamente en su campamento, aunque a los atacantes les queda aún varias horas antes de poder descansar. De manera que, se decide que el conflicto debe aún continuar. 

El equipo pesado es distribuido entre el G.R.I. y enviado de regreso hacia el campamento con la orden de apurar el paso, pues en veinte minutos comenzarían los problemas. 

Aligerados de peso, los C.A.A. y dos G.R.I. esperan en el lugar que transcurran los minutos estipulados para que el resto pueda tomar suficiente distancia. Entonces, poco antes de finalizado el plazo, no se aguardó más y los cinco a la vez realizan una salva de disparos al aire; nuevamente el campamento enemigo cobra vida, otra vez las sirenas de alarma; hay corridas, gritos y una camioneta comienza a recorrer las pistas. Ahora si se puede regresar al camión. La batalla continúa. 

No se habían caminado aún doscientos metros, cuando un ruido conocido anunció que la cosa se ponía fea. Había un helicóptero en marcha y eso no estaba previsto. Casi sin quererlo el paso se transformó en trote. 

El helicóptero comienza a sobrevolar la zona encendiendo a intervalos irregulares su foco de búsqueda. La sangre se hiela. Por momentos, solo ruido que no permite determinar la posición y en un instante, el foco barriendo el lugar. Transcurre un largo rato de zozobra antes de que el ruido y la luz maldita se alejen. 

Poco a poco todos se tranquilizan. Pero, surge otro problema. Estaban perdidos. Los ladridos de unos perros anuncian la proximidad de unas casas que no habían sido ploteadas durante el reconocimiento. Se había caminado hacia el oeste en lugar de hacerlo hacia el suroeste. Tratando de encontrar referencias conocidas se continuó la marcha.

Luego de recorrer casi el doble de la distancia, el grito de “alto quién vive!!!” dado por el chofer, anunció la proximidad del campamento, al cual se arribó al mismo tiempo que el resto del G.R.I. 

Estos, a quienes los disparos sorprendieron antes de lo previsto, comenzaron a correr y más cuando sintieron el helicóptero. Pero, los dos que transportaban la camilla tuvieron un percance. Quién iba a delante, en determinado momento vio una cañada que les cortaba el paso. Pero, con la inercia que traía saltó sin soltar la camilla. No obstante, avisó en pleno salto a quién venía detrás ayudándolo. Este último, no pudo reaccionar a tiempo y sin soltar la camilla se frenó. Resultado, camilla con batería al agua y el G.R.I. tendido como un puente con los pies en una orilla y los brazos en la otra de la cañada. 

La recuperación de la batería del arroyo fue lo que más les demoró e hizo que ambos grupos llegaran juntos. 

A pesar del cansancio, la cena se prolongó bastante. Todos tenían algo para contar y cuando finalmente se retiraron a descansar, el frío y los cuentos prolongaron aún más la larga jornada vivida. 

A las 06.00 horas toco llamada y a las 07.00 horas se emprendió el regreso. Al llegar a Sarandí Grande se dejó la Ruta 5 y se viajó por la Ruta 42 hasta llegar a Polanco del Yï, almorzando a la orilla del río, lugar desde el cual, mientras el camión con dos C.A.A. continuaba hacia la Brigada, el otro y la totalidad del G.R.I. también, lo hacía pero caminando por los montes del Río Yï. 

Entre tanto, venían las represalias. El Grupo 3 bombardeó la pista de “La Carolina” con bolsas de pintura, así como la planchada del Grupo 2 con espuma plástica y un helicóptero del Grupo 5 secuestró al Jefe de Servicio de B.A.II.

Pero, la guerra ya había finalizado. 

Muchas anécdotas salieron a la luz más tarde. Como la sorpresa del Oficial de Meteorología cuando recorriendo las pistas de “La Calera” en lugar del cono de viento encontró el cartel; la población de Florida y de Minas que confundió las bengalas con OVNIS, o la señora de uno de los C.A.A. que al llamar al Grupo y preguntar por éste, ante de cortarle bruscamente quién la atendió, le contestó: (para “tranquilizarla”) que el mismo se encontraba cumpliendo una misión secreta y no podía darle información. 

Los años han pasado. Pero aún continúan colgados en el Grupo 2 el cono de viento y el cartel. Así como en Operaciones de Brigada Aérea I un mural con la fotocopia del interrogatorio al Jefe de Servicio tomado prisionero.

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