Historias “Cazadoras” (de Pilotos y Aerotécnicos)

Cobra: Recién terminé otra historia y como hemos convenido, te la mando. Cumple decir que también es verdadera. Un abrazo y espero sea de agrado,

RECUERDOS DE VIEJO

YO ME SALVÉ, LOS DEMÁS NO SE…

Los personajes son reales al igual que los acontecimientos. Los nombres no.

  • Se dice que en nuestras vidas, además de nuestra fecha de nacimiento, tenemos otra en la que “volvemos a nacer” producto de un suceso o circunstancia de peligro de vida del que sobrevivimos.
  • Este nuevo cumpleaños tiene origen el 12 de marzo de 1984 en que el Tte. Peña –en aquel entonces Oficial de Operaciones- y yo, concurríamos a “La Carolina”. Nuestro transporte era el U-17 FAU 750 al mando del Tte. Pérez y como PA el Tte. López. 
  • Era de rigor antes de aterrizar en La Carolina, realizar un pasaje para comprobar la presencia o no de ñandúes en la pista.
  • Fue entonces que – mientras disfrutaba de mi asiento con ventanilla- que abruptamente dejó de sentirse el motor cambiándose por el de la “chicharra”.  Miro hacia adelante y veo la hélice inmóvil,  el motor silencioso, el aviso de entrada en pérdida sonando y al frente… no había pista.
  • En definitiva y resumiendo, gracias a su pericia el Tte. Pérez logro hacer que la aeronave tocara suavemente en el campo. Lamentable y evidentemente (los que conocen las geografía del polígono lo saben), apareció una piedra que arrancó la rueda izquierda y muy poco más adelante otra piedra (sin duda pariente de la anterior) terminó la obra con la pata del tren izquierdo. El U-17 hizo un cuarto carroussel y se detuvo ladeado a la izquierda con la punta del ala tocando el suelo.
  • De inmediato el Tte. Pérez ordena abandonar el avión, cosa que obedezco sin chistar, saliendo en cuatro patas por la puerta que no se abrió totalmente y por debajo del ala. Observo el abandono de los demás ocupantes y posteriormente, por directiva del Tte. Peña, me dirijo presuroso hacia el destacamento, para desde el mismo notificar del suceso al Grupo y a B.A.II.
  • Habiendo avanzado un centenar de metros, veo que en galope desenfrenado, con una mancha blanca en la cara, cuesta abajo en la pendiente  y montando en pelo, llegaba el Encargado de Destacamento con un hacha en una mano –presto a usarla en caso de tener que rescatarnos del interior del avión- y crines en la otra. De inmediato me conoció y en el cruce disminuyó algo el galope mientras me preguntaba como estábamos. Le indiqué que todos bien y que disminuyera la velocidad a través del (un posible tropezón de la cabalgadura podría resultar en algo serio).
  • Continué el ascenso de la pendiente hasta que me encontré con  la esposa del mismo -de quién no mencioné que era apelado “Changón”-. Ella, una Señora sumamente robusta, iba avanzando casi corriendo y a los trompicones entre las piedras, abrazando un extintor de incendios. La detuve ya que no era necesario tal elemento y recomencé mi camino portando ahora el extintor.
  • Llegué a la vivienda, a través del equipo de comunicaciones comuniqué la novedad y regresé junto a los demás al lado del malogrado U-17.
  • Obviamente,  hicimos mediodía en “La Carolina” disfrutando de la hospitalidad de Changón y familia.  Antes y después del almuerzo recuerdo que el Tte. Pérez repasaba una y otra vez la cartilla  sentado al borde la cámara séptica sin percibir  los efluvios emanantes de la misma, inmerso profundamente en sus pensamientos y análisis de la situación vivida.   

Recuerdo perfectamente esa escena ya que el mismo me pedía constantemente cigarrillos con la promesa de regalarme un cartón al regreso. (…hace más de treinta años que dejé de fumar y aún sigo esperando).

  • Esa tarde otro U-17 nos devolvió a B.A.II y luego de todas la rutinas correspondientes, quedé liberado.
  • Tiempo después (y acá comienza la génesis del título), apareció “Changón” en uso de licencia.   Acierto a pasar por el hangar y me lo encuentro en un corrillo.  Me saluda con un estentóreo ¡Gallito!. Cumple decir que era (es, todavía vive) un individuo muy gesticulante, muy ocurrente y humorista al hablar de forma que nadie dejaba de prestarle atención. Comenzó a relatar con fuerte voz su experiencia desde tierra sobre el suceso del U-17. En una parte de su verborrágico relato mientras me abrazaba con un brazo y daba énfasis con el otro, comentó más o menos así:  “….y cuando me crucé con el Gallito le pregunté si estaba bien y me dijo “¡Ah!..yo me salvé, los demás no se.”
  • Obviamente eso provocó una gran carcajada general en los concurrentes del corrillo, amén de que ese dicho me ha perseguido hasta le fecha cada vez que surge el tema o alguien se acuerda.
  • Independientemente de la versión de “Changón”, esta es una historia que engalana mis recuerdos de viejo y es parte de mi  archivo al que recurro en ocasiones  (para disfrutar con la memoria), de una época ya pasada pero nunca olvidada.

Nota:

La mancha blanca que tenía “Changón” en la cara cuando iba al galope era un cigarro de tabaco armado -a falta de hojillas de papel de fumar-, con una servilleta de papel “Multiuso” y perdonen el “chivo”.

Sgto.(R) Carlos Olascoaga “Gallo”

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